martes, 17 de agosto de 2010

Morci & Me


Algo gigante y peludo me perseguía por las calles de Nueva York. Yo corría y corría, pero toda salida se alejaba cada vez más de mi.
Ya había llegado a una pared, pero yo seguía corriendo y corriendo, dejando ver al espectador un efecto tipo "sims".
Toqué la pared, dejando así de correr. Estaba húmeda, áspera, resbalosa, jugosa, danneteosa.
De repente, el monstruito -más parecido a una morcilla transpirada por los efectos del humo carbónico asadal- me tocó el hombro y me volteó.
No había salida, no había escapatoria!
Solo él y yo... y una cama de dos plazas, colchón Piero, a nuestra izquierda.

Ya sin fuerzas, me rendí y dejé que todo sucediera tal cual las normas del sueño mío.
Relajé mis párpados, mis brazos, mi pelvis, mi cuerpo entero.
La morcilla me agarró y me arrastró hacia el Piero...

No puedo decir con exactitud qué fue lo que pasó.
Todo mi cuerpo olía a morcilla, a ahumado, a twistos de jamón ibérico.
Era todo tan real... pero no.
La morcilla me miraba cíclopemente y yo sentía los chinchulines adentro.
Se acercó hasta mí.
Desperté.

Al abrir los ojos noté que había adormecido en una extraña posición, en un extraño lugar que no era mi casa.
Frente a mí, dormía mi compañero de escena sobre tres sillas muy cómodamente ubicadas.
Me incorporé y sentí el calor de la estufa de la escuela.
Transpiraba cual cerdo fugitivo en matadero.
Y él dormía.

Me acerqué a él, lo observé y en ese momento me di cuenta de todo.
No había sido más que un sueño ilusionatorio, pues la morcilla existía, era real!
Estaba frente a mí, adormecida, tan poco cruel, tan tierna.
Me dije "Basta! Basta de verdad!"
Y lo desperté: "Vamos, Migue Moraga, tenemos que seguir ensayando nuestra escena. Nos quedamos dormidos".

Entonces, primero despertó el pequeño ser. Luego Miguel.
Y ensayamos.
Nunca hablé del tema.


Aún hoy lo sigo soñando...